Y cuando te herí, vi el cielo, estaba bajo mis pies. Sufriste por la melancólica melodía de los lamentos causados ante tu insensata afición por la tragedia. Ensuciaste esta corrompida existencia. Intentaste componer tus errores, mintiendo, envolviéndome en falsedades, jugando con lo poco que tuve. Quisiste realizar un diagnóstico. Esto que ocurría, simplemente, te parecía absurdo. Desconocías que era disentida. Eras tan torpe, tan estúpido, tan llorón. Sin embargo, ¿cómo odiarte? Si solo fuiste tú, mi querido ángel, quien me mostró que este dolor, tan agobiante y enfermizo, es ...