Otro día cualquiera

Rubén es un mago de las finanzas que recela de la riqueza, por más que parezca perseguirle. También ama los libros y desconfía del destino. A sus treinta y seis años conoce a Judith, cuatro años menor y de una belleza extraordinaria. Judith cree en el destino, siempre y cuando no este confundido. Piensa que, si la hizo tan bella, debe terminar lo que empezó y brindarle una vida regalada. Así es el destino en el que cree Judith, el mismo que alienta un grupo que conoció al finalizar sus estudios y mantiene en secreto. Rubén es sobrepasado por la belleza de Judith y olvida las dudas...

Una apacible ciudad, un brutal asesinato, una única testigo... Hay misterios cuyas respuestas parecen perderse en el silencio. Katharina es todavía muy pequeña cuando su mundo, todo aquello que conocía y en lo que creía, se derrumba. Ocurre una fría noche de invierno en casa de su abuelo, en el bucólico pueblo alpino Furth am See, y todo transcurre en un instante. Alguien llama al timbre y el viejo Sebastian acude a abrir la puerta... Es lo último que hará. Poco después, Katharina encuentra el cadáver de su abuelo, desfigurado por un violento golpe en la cabeza. En una ciudad...

Un hombre se obsesiona con la idea de hacer sufrir una cruel venganza a aquellos que considera que fueron sus ilegítimos carceleros. Para llevar a cabo su terrible venganza, elabora un juego en el que todos los implicados, incluido él mismo, han de estar sujetos a unas estrictas reglas. Serán estas reglas las que determinarán quienes tendrán opciones de salvarse.

La novela de Y. B., que lleva causando estrépito desde 2004, está escrita en clave de humor —suena a monólogo de club de la comedia-, algo que incrementa el nivel de escepticismo que ya suministraba Haneke. Se ríe por igual de musulmanes y de feligreses republicanos, pero el resultado no es ninguna imparcialidad, sino la imposibilidad absoluta, el desdén repartido sin usura. El autor es poco sospechoso. Lo echaron de Argelia por sus artículos y se refugió en Francia. Ni el exilio ni el refugio le han dado motivos para creer en alguna de las partes.